domingo, 16 de noviembre de 2008

Sueños que se cumplen, nuevas experiencias.

Transcurría la vida de un chico estudiante del interior del país entre sueños e ilusiones, el chico siempre soñó con salir a estudiar fuera del país, buscó y buscó oportunidades en el viejo continente haciendo llamadas y visitando embajadas, pero las puertas siempre estaban cerradas, luego ese joven recordó que cuando Dios te cierra una puerta es porque quiere que sigas por otro pasillo porque él ha abierto otra puerta para vos al final de ese otro pasillo.

Y así fue, ya renuncié a mi deseo de ir a estudiar fuera del país porque no se me abrió ninguna puerta para ir a Europa, pasaron unos meses, hasta que ahí estuvo realizada mi idea de los designios de Dios, me enteraba por segundo año consecutivo de las convocatorias del Gobierno de México para becas de estudio de licenciatura y dije: “tiene que ser una señal”. Entonces comenzó el proceso, presenté mis documentos, fui preseleccionado, presente un examen mexicano, el CENEVAL, me hicieron una entrevista, hasta que después de todo un proceso me dijeron: “te vas a estudiar a México”. Así parte de ese sueño largamente acariciado se empezaba a cumplir, pasaron meses de despedidas e intentos de imaginar cómo sería la vida en otro país, en un país lejano… Hasta que llegó la noche del 25 de julio de 2006, donde con toda tristeza por dejar mi hogar, mis padres, hermanos, sobrinos, amigos, mascotas, cargaba mis maletas de sueños, proyectos, esperanzas e ilusiones, partía para tierra azteca el 26 de julio del mismo año. Recuerdo que fue una mañana calurosa, de esas mañanas raras donde hace mucho calor en pleno invierno. Nuestros familiares y amigos nos despedían llenos de orgullo, pero con lágrimas en los ojos, esas lágrimas de incertidumbre por no saber cuánto tiempo duraría esta separación física. Éramos un grupo de 12 viajeros, ¿los doce apóstoles?, nada que ver… después de casi 3 horas de vuelo, llegamos a Santiago de Chile, con 4 grados centígrados y nos empezamos a dar cuenta de que todo iba a ser diferente desde aquel momento en que dejamos nuestro país, nuestro querido Paraguay.

Después de 8 horas de escala y otras 8 y media de vuelo, llegamos al Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México, sí llegamos a México, algo totalmente desconocido nos esperaba ahí afuera, fuera de ese gran edificio que en parte nos protegía de todo aquello desconocido para nosotros, nos recibieron paraguayos y funcionarios de la institución educativa donde estudiaríamos, los funcionarios del Tecnológico de Monterrey con la responsabilidad característica de quienes reciben a nuevos estudiantes que no conocen nada, los compatriotas, con esa calidez, solidaridad y entusiasmo característico de quienes por el simple hecho de compartir un sentir común, una cultura común, sin ni siquiera conocerse, reciben con los brazos abiertos a ese hermano que acaba de ver después de un tiempo, tal vez largo, tal vez corto, pero un tiempo, ahí es donde surge el sentimiento del reencuentro.

Llegamos al hotel que nuestra universidad nos había preparado, nosotros con ese orgullo y esa satisfacción de quienes fuimos seleccionados para vivir esta experiencia, con todas las ilusiones y ese entusiasmo característico de nuestras edades, en ese contexto empezamos a conocer a personas de varios países de América Latina que vivirían nuestras mismas experiencias, personas con quienes desde ese momento hasta ahora compartiríamos una bella amistad. Pasaron unos días, pasaron esos días festivos, empezaban las clases, empezaba nuestra carrera, una carrera en la vida que debemos correr para llegar a ser profesionales, profesionales que contribuiremos en un futuro al desarrollo de nuestras respectivas comunidades.

Pero no solo eso, no nos imaginábamos que el vivir en otro país, esta nueva experiencia, sería todo un aprendizaje de vida, una nueva forma de organización fuera de la comodidad de nuestros hogares, el estar en este nuevo país, no solo nos da la oportunidad de estudiar una carrera en prestigiosas universidades, sino también nos hizo darnos cuenta de que hemos crecido, que empieza la etapa de independencia, de vivir solos en el mundo, pero agregado a todo, un mundo totalmente diferente, donde papá y mamá no están físicamente presentes para salvarnos de los apuros que siempre tenemos.

Después de dos años viviendo en México hemos crecido muchísimo como personas, hemos perdido una parte de nuestro ser, pero hemos ganado muchas otras cosas importantísimas. Estamos, diciendo en feas palabras, perdiendo la posibilidad de pasar los años con nuestros padres, de poder escuchar a nuestros hermanos, de ver crecer a nuestros sobrinos, sobrinas, hermanitos o hermanitas, tal vez la posibilidad de pasar esas horas muertas tomando tereré a la sombra de un árbol. Pero en cambio estamos ganando la habilidad de sobrevivir en el mundo, ganamos la posibilidad de conocer nuevos e interesantes lugares, tenemos nuevos amigos, amigos igualmente valiosos como los que dejamos por un tiempo, nos estamos fortaleciendo como adultos, de igual manera, tenemos la posibilidad de apreciar mejor nuestra cultura y valores, valores que nos demostramos a cada uno de nosotros cada vez que nos reunimos entre compatriotas, cada vez que los visitamos en cada punto de la República Mexicana. De esta manera revivimos todos esos valores con los que fuimos criados, valores como la solidaridad, la amistad, el respeto, cada vez que nos visitamos esos valores surgen, sin saber más que simplemente somos paraguayos, que compartimos esa estirpe guaraní, tenemos la capacidad de abrazarnos fraternamente y decir: “bienvenido a tu casa, mucho gusto”.

Los mexicanos también nos recibieron cálidamente en su tierra, nos pasaron la mano y nos siguen pasando la mano en cada momento que es necesario, nos hicieron probar su comida, nos hicieron ver que podemos aprender mucho de esas diferencias. Simplemente probando un platillo podemos ver los valores de la otredad, con esto pudimos aprender que todas esas diferencias culturales se pueden sentir, ver y apreciar en algo tan simple como lo es un platillo típico. Cuando llegamos todo era nuevo, todo lo quería probar, los tacos, las quesadillas, la comida corrida, las aguas que solo vemos en los programas de TV que nos llegan en Sudamérica. Pero estando acá nos dimos cuenta que se nos abría las puertas, los mexicanos nos abrían las puertas a su hogar, a este mundo nuevo y desconocido, se portaron hospitalarios desde el principio.

Después vino el “shock” cultural, ese desencanto tan peligroso que a todos nos llegó alguna vez, por las diferencias que mencionaba, pero ese “shock” solo sirvió para fortalecer nuestros lazos, nuestros deseos de superación y para valorar todo aquello que ya ganamos en este camino recorrido y sobre todo, valorar lo que tenemos “en casa”, en Paraguay, y valorar más aun lo que estos hermanos latinoamericanos nos ofrecieron y nos ofrecen, lo cual es su amistad, su casa. Y cuando alguna lágrima de nostalgia rodó por nuestras mejillas siempre hubo algún nuevo hermano que nos dio ese apoyo que necesitábamos en ese momento y pudo decirnos, “aquí estoy”, “no te desanimes”, “pronto volverás a tu hogar”, “pero acepta este hogar que te estoy ofreciendo en este momento”, no hace falta decir a quién me refiero.

A estas alturas, como digo, hemos crecido bastante como seres humanos, pudimos superar muchas dificultades que se nos presentó en algún momento y ya tenemos la capacidad de superar una más sin que nos agarre por sorpresa, ya que algunos ya están cumpliendo su meta, otros vamos en la mitad del camino. Aun queda mucho por recorrer, pero en este momento no me queda más que agradecer a Dios por sus bendiciones, por sus regalos y por haberme abierto esta puerta y darme la enseñanza de que no me puedo limitar a un solo camino, siendo que él me pone varios para seguir. Estamos acá lejos de nuestras familias, sí, pero hemos formado una mucho más grande, una familia de jóvenes paraguayos que sueñan con un país mejor, que son capaces de construir un país mejor, y sobre todo, una familia mucho más extensa aún, una familia que trasciende las fronteras, una familia latinoamericana, que nace en la tierra prometida por el dios de los aztecas y donde precisamente comenzó nuestra historia como latinoamericanos cuando era el Virreinato de la Nueva España, empieza en México y tengo la confianza de que será una familia unida y que logrará construir, mediante América Latina, el mundo mejor que necesitamos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Debe de ser muy dificil estar en algun lugar sin todo eso que has amado desde un principio; pero algo es muy cierto obtendras cualidades muy grandes que seran la recompensa de a todo ese tiempo lejos de casa!!

karmenchu dijo...

Hay Pedrito, que recuerdos esos, la verdad a medida que iba leyendo tu relato me iban brotando las lagrimas, recordando cada momento que ya pasamos, pero así como decís, todo sea por forjar un mejor país para todos!.

Anónimo dijo...

verdad que si socia...